El cristiano en la edad media tenía la obligación de confesarse al menos una vez al año. El confesor imponía una penitencia, que era a veces muy onerosa, para que quien recibiera la absolución, se le redimieran las penas temporales en esta vida y en la otra. La indulgencia consiste en la remisión total o parcial de esas penas temporales, otorgada por la Iglesia a cambio de obras buenas. En un principio sólo había indulgencias parciales, pero a partir del siglo XI, y en relación con las luchas en defensa de la fe y con las cruzadas, surgieron las indulgencias plenarias. El cristiano ponía en juego su vida, y bien merecía el premio de la Iglesia con las máximas gracias. La primera indulgencia plenaria la otorgó el papa Alejandro II en el 1063 a los que tomaron parte en la cruzada que se disputó en Barbastro, España, y que logró la primera reconquista de esta ciudad. Los combatientes que fueron a alas cruzadas a Tierra Santa también recibieron esta indulgencia plenaria.
El Concilio IV de Letrán de 1215 extendió la indulgencia plenaria no sólo a los que fueran a las cruzadas, sino también con la posibilidad de aplicarlas a los difuntos, a manera de sufragios. En el 1300 Bonifacio VII decreto año jubileo con indulgencia plenaria a todos los peregrinos que acudieran a Roma. El comercio de indulgencias o su excesivo empleo, recaudatorio fueron lamentables corruptelas. Por ello el Concilio IV de Letrán trató de frenar estos abusos.
Los cristianos se lanzaron a los caminos de Roma, a visitar las tumbas de Pedro y Pablo, a Santiago de Compostela, y a Jerusalén a ver el Santo Sepulcro. La peregrinación tenía un carácter penitencial y otras una aventura ascética (búsqueda del cúlmen espiritual), pero siempre impregnado el sentido penitencial.
El peregrino hacía testamento antes de ponerse a viajar. El hábito y las cartas testimoniales servían para diferenciar al peregrino y le hacían acreedor de especia protección que le otorgaban las leyes eclesiásticas y civiles. Las peregrinaciones constituyeron un fenómeno histórico sin precedentes, no tan sólo en lo religioso, sino también en lo cultural, social y económico. Durante siglos muchos cristianos recorrieron Europa y Próximo Oriente, haciendo contactos y relaciones entre los pueblos, que de otro modo jamás se hubieran producido. Floreció la vida mercantil, surgieron barrios de comerciantes y artesanos. Por esas vías penetraron modas y géneros de vida, estilos artísticos e influencias literarias. La fe y el entusiasmo de los peregrinos contribuyó poderosamente al avance de la historia.
Actualmente se sigue enriqueciendo todos estos aspectos gracias a los múltiples peregrinos cualquiera que sea su lugar de peregrinación.